agosto 4, 2019

1 Pedro 2.4-10 Commentary

Dios mismo los sacó de la oscuridad del pecado, y los hizo entrar en su luz maravillosa. Por eso, anuncien las maravillas que Dios ha hecho.

I Pedro 2.9b, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo bíblico

En la primera de sus dos cartas, el apóstol Pedro explora con gran profundidad el surgimiento de un nuevo pueblo de Dios, “pueblo de sacerdotes”, hombres y mujeres, “sacerdotes especiales” (2.5, como se lee en la TLA) enviados por Dios a proclamar las obras maravillosas de Dios para salvación. Todos los creyentes, afirma en 2.4, son “piedras vivas” e integrantes del gran edificio (“templo espiritual”) que se ha empezado a construir sobre la base de la persona de Jesucristo, la piedra más valiosa, la “piedra del ángulo”. La comparación arquitectónica tiene en mente el edificio que Dios quiere construir para hacer visible (y vivible) su acción salvadora en el mundo. Jesucristo es visible a través de esa construcción que continuamente es provista por Dios para crecer y desarrollarse como parte de su proyecto de salvación.

Las “piedras vivas” del edificio

Cuántas etapas debió atravesar Pedro, primero como discípulo, luego como apóstol y, finalmente, como candidato a mártir que fue, lamentablemente, para llegar a esas magníficas conclusiones acerca de la naturaleza y misión de la iglesia. El perfil que propone de ella es, por un lado, el de su conformación por personas con una gran dignidad (sin separación entre laicos y clero en la línea del sacerdocio universal) y por el otro, el de una comunidad con una misión concreta e interminable.

“El discípulo llama a Jesucristo ‘piedra viva’ rechazada por los constructores, pero escogida y apreciada por Dios (4), en alusión a su pasión, muerte y resurrección. Sobre esta piedra viva se construye el ‘nuevo templo’ que acoge la verdadera y definitiva presencia de Dios” (Biblia de Nuestro Pueblo). Estas “piedras vivas” son los integrantes de la comunidad con quienes se construye dicho templo “espiritual”, aunque no para indicar una realidad que pertenece a otro mundo. Se trataba de afirmar que, al contrario del templo “material” de Jerusalén (o cualquier otro templo), este nuevo edificio lo forman las personas mismas, aquellas que están reunidas por el bautismo en una comunidad de fe. Éste es el nuevo pueblo de Dios, “la Iglesia que debe caminar con los pies bien plantados en la sociedad en que vive”. El templo verdadero de Dios lo forman los militantes genuinos de la iglesia, los seguidores fieles de Jesucristo.

Un pueblo de sacerdotes en movimiento

¿Qué significa que todos y cada uno de los cristianos formemos un “sacerdocio santo” (5)? Se explica dos veces en este apartado: primero, significa ofrecer continuamente “sacrificios espirituales, aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (5). En eso consistió el sacerdocio de Cristo, y en eso debe consistir el sacerdocio de cada cristiano. En segundo lugar, significa “anunciar las maravillas del que los sacó de la oscuridad del pecado, y los hizo entrar en su luz maravillosa” (9). La primera maravilla fue el testimonio de vida; la segunda, el anuncio, la proclamación de la palabra viva de la Buena Noticia portadora de la luz de la liberación.

Estas inmensas realidades de salvación deben producir permanentemente asombro, gratitud, sorpresa, en el seno de la comunidad creyente para así compartirla como se merece. Eso ha de hacerse con seriedad, pero también con enorme alegría y esperanza, con todo y que, como señala el v. 8, la confrontación es con la persona de Jesucristo. Siguiendo con la figura de la piedra, puede ser hasta “escandalosa”, esto es, que “muchos tropezarán en esa roca” si no atienden positivamente el mensaje liberador del Evangelio.

Conclusión

Según esta gran afirmación apostólica, “todo cristiano es o debe ser misionero de la Palabra de Dios”, pues la predicación y proclamación del Evangelio no está reservada para unos cuantos expertos, como los obispos o los presbíteros. Todo cristiano tiene el derecho y la obligación de anunciar a Jesús, el Salvador, con sus palabras y con el testimonio de su vida. Anunciar las bondades y las grandezas de Dios debe ser una tarea grata y esperanzadora para quienes la realizan a fin de que quienes escuchan se contagien, invadan y compartan la fe que se proclama. “Al igual que Israel en el Antiguo Testamento, el privilegio de ser el pueblo de Dios conlleva una misión y responsabilidad enormes. Los creyentes como pueblo escogido deben proclamar las obras maravillosas de Dios que ellos ya han experimentado” (C.R. Sosa Siliézar).

Compartir el mensaje de vida en el mundo es una de las mayores razones de esperanza para éste, en medio de tantas situaciones injustas y contrarias a la voluntad divina. De ahí que todo creyente ha de situarse en el horizonte de la proclamación del Evangelio. Al hacerlo, la luz de la obra de Cristo podrá iluminar cada espacio de acción humana y contribuir a su redención. El amor del Señor y su gran esfuerzo salvador brillarán así con gran intensidad. “De acuerdo con Pedro, la fe tiene un papel muy importante en la salvación de Dios. La fe no solamente sirve para aprehender los beneficios del sacrificio de Cristo, con ella el creyente también se ejercita en la esperanza de la consumación de su salvación” (Ídem).

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