noviembre 1, 2020

Deuteronomio 32.36-39 / Romanos 12.1-2 Commentary

Vean ahora que yo, Yo Soy,

y conmigo no hay más dioses.

Deuteronomio 32.39a, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo histórico y bíblico

Paul Tillich (1886-1963), uno de los grandes pensadores protestantes del siglo XX, acuñó el concepto de principio protestante, para concentrar en él una de las grandes aportaciones de la Reforma al mundo moderno. La razón de ser de este principio se encuentra en el espíritu profético de la protesta que en nombre del Evangelio se alzó en contra de cualquier forma de absolutización de poderes, ideologías o prácticas humanas. Tillich distinguió entre la realidad protestante —los grupos eclesiásticos institucionales— y el principio que los anima o dirige. En su libro La era protestante (1948) se planteó valientemente la pregunta sobre la vigencia de dicha era: ¿estaba muriendo el protestantismo como realidad histórica? Escribió: “El protestantismo, inspirado por su principio de protesta profética contra la autoridad jerárquica, eclesiástica o política, que se envuelve a sí misma en el manto de lo sagrado, se mantiene opuesto a la tendencia hacia la centralización”.

El principio protestante, según las propias palabras de Tillich: “No es una idea especialmente religiosa o cultural; no está sujeto a los cambios de la historia: no depende del aumento o disminución de la experiencia religiosa o del poder espiritual. Es el criterio definitivo de todas las experiencias religiosas y espirituales. Está en su misma base, sean conscientes de él o no”. Esa base doctrinal apareció en las Escrituras (como en Deuteronomio 32.36-39) con singular intensidad para afirmar que Dios es el único absoluto que deben reconocer los seres humanos en el mundo y en la convivencia social.

Cuestionar los falsos absolutos y desenmascarar toda forma de idolatría

El misionero estadunidense Richard Shaull (1919-2002), por su parte, lo expresó así:

Los protestantes tienen que resistir todo intento de sacralizar y considerar libre de criticismo cualquier logro del pasado, cualquier forma de vida o cualquier estructura social. Ningún movimiento o partido, estructura social o sistema económico puede ser identificado con el Reino de Dios. Son creaciones humanas y pueden perder su visión creativa y enajenarse o ser utilizados por el poder para servir a intereses ajenos al servicio de la comunidad. Una fe vital en Dios nos obliga a exponer y denunciar enérgicamente todo intento de darle a cualquier logro humano o institucional un carácter de permanencia o de considerarlo sacro. Esto es idolatría.

El teólogo brasileño Leonardo Boff (1938), analizando las intuiciones originales de Lutero, señala que “el espíritu protestante desenmascara los ídolos religiosos y políticos y rechaza simplemente legitimar el sistema prevaleciente. Todo tiene que entrar en un proceso de conversión y cambio, es decir, liberarse de todo tipo de opresiones para ensanchar el espacio de la libertad para Dios y para la acción libre del ser humano”. Ésta es la intuición original del propio apóstol Pablo, quien, en la Carta a los Romanos, cap. 12, convocó a los creyentes de la capital del imperio de su tiempo a no hacerse a la forma del momento, a superar las modas y los usos ideológicos, cuestionándolos y superándolos por medio de la “renovación del entendimiento”. “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar” (12.2a, Nueva Traducción Viviente). Este proyecto consistía en remontarse de los usos y costumbres para instalar en la vida eclesiástica un principio rector superior que pudiera aplicarse en todos los tiempos para percibir y recibir adecuadamente “la buena voluntad de Dios”. “Entonces aprenderán a conocer la voluntad de Dios para ustedes, la cual es buena, agradable y perfecta” (12.2b, NTV).

La protesta de la Reforma sigue vigente

En los últimos tiempos y en varios lugares parecería como si el protestantismo se hubiera quedado “sin protesta” y hasta sin Reforma, como lo dijo el teólogo y mártir alemán Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) durante una estancia en Nueva York en los años 30 del siglo pasado. En ocasiones, las iglesias protestantes no levantan su voz en contra de los absolutos (gobiernos, sistemas o ideologías) que se ven a sí mismos con atributos de eternidad. El pensador protestante brasileño Rubem Alves (1933-2014) observó estos peligros con agudeza e ironía llegando a señalar el gran peligro de un fracaso de los protestantismos históricos en el continente. Algunos sociólogos también se han referido a “la ausencia de protesta” de los protestantismos latinoamericanos en el marco de sistemas que buscan legitimación religiosa a toda costa. Desde México, Carlos Mondragón acuñó el concepto de “letargo social” para definir la falta de participación de los militantes evangélicos en muchos procesos sociales. Aceptar las condiciones injustas impuestas por diversos regímenes obligaría a retomar el “principio protestante” de no aceptar que aquellas son o tienen el valor de un designio divino, porque es posible valorar otras alternativas.

Pero lo cierto es que sigue muy vigente la protesta planteada por Deuteronomio 32.36-39, en el sentido de que solamente en Dios se puede confiar de manera absoluta y en nadie más (algo que también destacan Salmos, como el 118.8-9: “Es mejor refugiarse en el Señor / que confiar en príncipes”). Lo mismo que en Romanos 12.1-2, con su insistencia en la transformación del pensamiento para superar los falsos absolutos. Una mentalidad cristiana que tenga muy firme esta comprensión será capaz de confrontar cualquier pretensión religiosa, política, social o intelectual que busque erigirse como un ídolo que sustituya al único Dios absoluto y fuente de todo poder.

Conclusión

“Lo más peligroso de estas ideologías es su carácter inconsciente, que puede llegar a ser objeto de fe y puede conducir al fanatismo. Una de las funciones más importantes del principio protestante es develar estas ideologías concretas, así como lo hicieron los profetas bíblicos respecto al orden social y religioso de su época” (Rafael Niño de Cepeda). Estas palabras de otro analista de la propuesta de Tillich remiten muy bien a la forma en que los profetas del Antiguo Testamento insistieron para que el pueblo de Dios depositara su confianza únicamente en Dios y no en los regímenes de su tiempo. El ímpetu espiritual y moral con que lo hicieron mostró a sus contemporáneos la necesidad de ir más allá de los poderes visibles y transitorios para creer firmemente en la acción divina como único absoluto en el cual confiar.

En la actualidad, las ideologías y poderes buscan que la gente deposite su confianza en ellos en el afán de obtener influencia. Están en su papel y cumplen una función histórica, concreta, pero la fe bíblica anunciada por las iglesias herederas de la Reforma Protestante debe fortalecerse para enfrentar cualquier intento de sumisión o sustitución de la esperanza en el Dios vivo y verdadero proclamado en las Sagradas Escrituras. Sigamos afirmando, pues, nuestra total confianza en Él.

Sugerencias de lectura

  • Félix García López, El Deuteronomio: una ley predicada. Estella, Verbo Divino, 1989 (Cuadernos bíblicos, 63).
  • Rafael Niño de Cepeda, “El principio protestante y el protestantismo en la reflexión de Paul Tillich”, en Teología y Vida, vol. 58, núm. 1, 2017, pp. 87-107, https://scielo.conicyt.cl/pdf/tv/v58n1/art04.pdf.
  • Richard Shaull, La Reforma y la teología de la liberación. San José, DEI, 1993.
  • Paul Tillich, La era protestante. Buenos Aires, Paidós, 1965.

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