agosto 19, 2018

Miqueas 3.1-8 Commentary

EL LLAMADO BÍBLICO A LA PRÁCTICA DE LA JUSTICIA

¡Escúchenme ustedes,
jefes y gobernantes de Israel!
¡Ustedes debieran hacer justicia,
pero hacen todo lo contrario!
Prefieren hacer lo malo,
en lugar de hacer lo bueno.
Maltratan mucho a mi pueblo;
se lo están comiendo vivo.

Miqueas 3.1-13, Traducción en Lenguaje Actual

Trasfondo bíblico

Uno de los problemas de las iglesias evangélicas latinoamericanas consiste en perder de vista el importante balance entre la forma (el texto) y el fondo (contenido) que aparecen en las Sagradas Escrituras. Esto quiere decir que, a la excesiva interpretación del texto bíblico al pie de la letra (literalismo) con que a veces nos acercamos a ellas, se le agrega un cierto menosprecio por su calidad expresiva y literaria. Es como si dijéramos que deseamos llegar cuanto antes al mensaje y que no nos interesan mucho ni las formas expresivas ni los géneros literarios que contiene. Esto es muy complicado por la enorme necesidad de que los creyentes se acerquen constantemente a la Biblia y por la utilidad de una lectura amena, creativa y crítica que es capaz de ir más allá de la obligación de la lectura. Porque los textos tienen, además de un mensaje que debemos extraer con todos los recursos a nuestro alcance, una forma que debería ser respetada y valorada en su justa dimensión.

El fondo y la forma del mensaje bíblico

Lo anterior viene muy a cuento en el caso de la literatura profética, porque a sus valores propios de denuncia y diálogo con la historia del momento, los acompaña una expresión altamente poética y bien trabajada, pues fue pensada para causar un gran impacto auditivo y literario. Hay algo muy importante que decir: si originalmente los profetas no buscaban quedar bien con nadie, el primer trato que tuvieron que realizar fue con el lenguaje, una tarea muy ardua que enfrenta cualquiera que desea transmitir un mensaje mediante un código de comunicación. Los textos proféticos son parte del conjunto de gestos proféticos con que estas personas creyeron necesario dirigirse al pueblo y a sus gobernantes para producir las transformaciones que ellos creían que Dios deseaba.

El caso de Miqueas es muy notable, pues pertenece a la “época de oro” de la profecía del Antiguo Testamento, es decir, aquella que se redactó en el transcurso del siglo VIII a.C. Veamos cómo resume su personalidad el biblista español José Luis Sicre (1940), uno de los grandes expertos en el tema bíblico de la justicia social:

Miqueas nació en Moreset (1.1)…, una aldea de Judá, 35 km al SO de Jerusalén. El dato es importante, porque nos sitúa en un ambiente campesino, en contacto directo con los problemas de los pequeños agricultores, víctimas del latifundismo. Por otra parte, Moreset se encuentra rodeada de fortalezas; en un círculo de 10 km surgen Azeqa, Soco, Adulán, Maresa y Laquis. La presencia de militares y funcionarios reales debía ser frecuente en la zona y, por lo que cuenta Miqueas, no muy benéfica. Además de los impuestos, es probable que llevasen a cabo levas de trabajadores para conducirlos a Jerusalén (3.10). Latifundismo, impuestos, robos a mano armada, trabajos forzados, es el ambiente que rodea al profeta.

¿El profeta habla de algún país latinoamericano del siglo XXI (Nicaragua, Venezuela, Brasil…)? No, se refiere al Israel del siglo VIII a.C. El asunto no es tan sencillo, pues, para Dios, la situación ameritaba enviar un mensajero con las características de Miqueas para que Él, como el supremo “procurador agrario”, atendiera las demandas de una población maltratada en su trato con la tierra, el bien máximo de relación con lo sagrado. El profeta atacó la posesión de muchas tierras (2.1-5), un mal repetido muchas veces en Israel (la viña de Nabot: I Re 21), y sus consecuencias de abuso sobre las familias (2.8-9). En 3.1 planteó explícitamente la pregunta sobre la justicia: “¿No concierne a vosotros saber lo que es justo?”, señalando los excesos de los dueños de grandes extensiones de tierra que vivían en la ciudad (3.2).

La justicia, valor bíblico y universal

La relación entre buena parte de los textos bíblicos y valores como la justicia parece que está fuera de toda duda. Lo que no resulta tan claro a la hora de enarbolar las Sagradas Escrituras en medio de la vida y de la realidad tan resistente a su realización concreta es la forma en que son capaces de movilizar las conciencias para la práctica. El primer modelo bíblico para establecerla como centro de la existencia comunitaria fue la Ley, esto es, un conjunto de normas presentadas como palabra divina directa que instaba permanentemente a la comunidad a respetar el derecho de las personas. El segundo modelo es el de la profecía, que manifestó siempre una profunda preocupación por lo que calificó de “falta de obediencia” y consideró necesaria la aplicación de otra estrategia de convencimiento para que los gobernantes y gobernados volvieran sus ojos hacia los designios de la divinidad. De ahí que la frase: “Acuérdate que fuiste esclavo…” se repita constantemente para recordar los antecedentes de la nación entera.

Solamente que, cuando los profetas entraron en escena en el siglo mencionado, el trasfondo político y social era el telón de fondo que debía enfrentarse para aplicar los ideales de justicia que los movían. De este modo, a la dinámica que existía entre las ciudades explotadoras y el campo sometido a las necesidades de aquéllas, el profeta opuso, mediante un conjunto de palabras elocuentes, la posibilidad de alcanzar el equilibrio deseado por Dios. El argumento de fondo es muy simple: los dominadores del pueblo se habían convertido en el nuevo Faraón explotador y esto no lo podía tolerar el Dios liberador. El pecado del latifundismo ofendía doblemente a Dios porque se abusaba de la propiedad de un bien otorgado por Él y, al mismo tiempo, se establecieron diferencias entre las familias miembros del pueblo de Dios.

Sin dejar de percibir su valor literario y estilístico, pero con una profunda comprensión del ambiente y la intensidad de su mensaje, Sicre lo resume muy bien, atendiendo a los alcances que un mensaje de este tipo puede tener para la actualidad:

La idea tan antigua y tan moderna de que “la riqueza de pocos se basa en la pobreza de muchos” resulta de una benevolencia sublime cuando la comparamos con las palabras de este profeta. No se trata de pobreza sino de sangre. Por eso el Señor no puede tolerar este inmenso monumento a Mammón. A causa de estos idólatras, que la han profanado (cf. 2.10), la ciudad debe desaparecer por completo, reducida a ruinas […] Esas piedras y cimientos que han dado cuerpo a la ciudad no vienen de Dios ni son fruto de la justicia y el derecho: son fruto de prostitución, de abandonar al Señor para servir al dinero.

Conclusión

Si los textos bíblicos son capaces de movilizar para luchar por la justicia, eso se debe a la intensidad y pasión con que fueron escritos. Luego entonces, más bien habría que preguntarse por qué entre nosotros no surgen más luchadores sociales con trasfondo espiritual como Martin Luther King (pastor bautista estadunidense, 1929-1968), Rubén Jaramillo (1900-1962) o Evangelina Corona (lideresa sindical mexicana, 1938), por citar sólo algunos nombres. Porque la fuerza con que la literatura profética llama a reclamar justicia no se puede negar ni ocultar, tanto es el empeño divino por cambiar la situación en el mundo. A la belleza propia de la Palabra escrita de Dios le corresponde la intensidad con que promueve la justicia, la paz y la armonía en el mundo.

Sugerencias de lectura

  • Jorge Pixley, “Miqueas el libro y Miqueas el profeta”, en RIBLA, núm. 35-36, 2000, pp. 182-186.
  • José Luis Sicre, “Con los pobres de la tierra”. La justicia social en los profetas de Israel. Madrid, Cristiandad, 1985, pp. 250-251.
  • _____, Los dioses olvidados. Poder y riqueza en los profetas preeexílicos. Madrid, Cristiandad, 1979.

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